Mensaje Político
Alejandro Lelo de Larrea
Allá en los años 1970 había una miniserie de dibujos animados cuyo personaje principal, “Mandibulín”, era un tiburón que solía decir: “¡Nadie me respeta!”. Al parecer eso le ocurre de manera persistente a elementos y altos mandos de seguridad pública de la Ciudad de México.
Nadie con tantita sensatez pide que la jefa de gobierno Clara Brugada o su secretario de Seguridad Ciudadana, Pablo Vázquez ordenen que se reprima a la gente en las calles y se violente la libre manifestación, y menos en conmemoraciones tan relevantes como la del 2 de octubre.
Sin embargo, ambos son autoridades, responsables de la paz social en la Ciudad de México y por lo tanto no pueden quedar como floreros, como de membrete permitiendo que, con impunidad, vándalos y delincuentes escudados en la bandera de una conmemoración salgan a las calles a causar desastres, robar, dañar propiedad privada, agredir, lesionar, poner en riesgo la vida de terceros, incluidos los propios policías, como ocurrió el viernes pasado, en las narices de Brugada y Vázquez. Le atribuyen todo a grupos que, ellos saben, suelen cobijar liderazgos morenistas.
Al menos ahora están reaccionando un poco a posteriori, con la detención de algunos a quienes les atribuyen la responsabilidad de hechos delictivos el viernes pasado, pero es muy importante que vayan por más y hasta las últimas consecuencias, si de verdad quieren demostrar que hay autoridad en la CDMX y la encabezan Clara y Pablo.
Los hechos violentos del viernes evidenciaron que el área de inteligencia de la Policía de la CDMX no funciona o no la saben aprovechar, lo que termina siendo lo mismo, pues no fueron capaces anticiparse preventivamente, de manera quirúrgica, para evitar el desastre que incluso puso en riesgo la vida de muchas personas.
Como el área de inteligencia no hizo nada de manera preventiva, el viernes sucedió el caos, con un saldo de casi un centenar de policías lesionados, edificios y tiendas saqueadas, vandalizadas. Pérdidas millonarias.
Todo el contexto evidencia un grave problema de protocolos policiales, porque en manifestaciones como la del viernes los mandan con la instrucción de no golpear a nadie. Es decir, van de carne de cañón y se convierten –ellos y sus jefes– en la ‘policía Mandibulín’.
No se trata de volver a la represión policial. Es un asunto de preparación, de protocolos que deberían tener muy establecidos para preservar el orden, su autoridad, su integridad, sin que se excedan en el uso de la fuerza.
En las últimas semanas, en redes hemos visto agresiones a policías que se tienen que aguantar los golpes, como el caso de una mujer que pateó la pierna de un policía, y éste evidenció su falta de preparación, de protocolos: literalmente no supo cómo actuar. ¿Cuál es el protocolo? ¿Poner la otra mejilla, detenerla, echarse a correr? ¿Dónde está la preparación? ¿Dónde los estándares de profesionalización? Los hechos evidencian un problema que deben resolver desde la cúpula.
Los grandes perdedores son Brugada y Pablo, porque se esfuma su autoridad ante los gobernados, ante la delincuencia, ante los grupos violentos y frente a sus subordinados. Ojalá entiendan el problema, se hagan cargo, redoblen esfuerzos en protocolos de actuación, uso de las áreas de inteligencia para la prevención, que logren resultados favorables con el uso excepcional de la fuerza moderada y proporcional. Están obligados a garantizar el orden y la paz pública. Lo veremos.
FOTOS: Cuartoscuro / Especial
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