PALABRA DE TIGRE
Por: Humberto Aguilar Coronado*
El muro de Berlín se construyó y fue derribado después de 26 años.
El muro de palacio nacional se instaló y fue removido en un par de horas por jóvenes que reclamaron que el estado cumpla con su función primaria: brindarle seguridad a la sociedad mexicana.
El operativo gubernamental cerró la mayoría de los accesos a la plancha del zócalo capitalino, dejando solamente una vía de acceso, convirtiéndolo en una trampa de salida, en caso de disturbio.
Hubo intimidación hacia los participantes de la marcha por parte de grupos de choque perfectamente identificados; vimos una embestida por parte de los granaderos a los primeros que estaban frente a las vallas y se documentó la brutal agresión a jóvenes desarmados; fuimos testigos de la agresión brutal hacia una persona que solamente portaba la bandera nacional y de una niña afectada por el gas pimienta.
Al final, fueron detenidos varios jóvenes que no hicieron destrozos como los vistos en otras marchas violentas.
Aún así, los jóvenes de la generación Z marcharon y se les sumaron personas de otras generaciones que los apoyaron en su reclamo.
Los jóvenes lo lograron. Sí, lograron despertar la conciencia de muchos mexicanos que permanecían apáticos a los gritos de desesperación de familias que han visto que algunos de los suyos fueron asesinados; de madres buscadoras de personas desaparecidas que se unieron al reclamo por el asesinato del que fuera alcalde de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo.
A la marcha de los jóvenes se sumaron muchos más que el número que los voceros gubernamentales aceptan como cifra oficial y se revivió el activismo ciudadano, pero al mismo tiempo, se dieron cuenta que no estaban los partidos políticos encabezando la protesta.
Los jóvenes se levantaron, se movilizaron, alzaron su voz y le reclamaron al estado por esa violencia que es una constante en todo el territorio nacional, por ese hartazgo que existe al ver que el gobierno no hace lo suficiente por enfrentar el problema.
Era tal el temor gubernamental de la convocatoria ciudadana, que la presidenta prefirió no estar en Palacio Nacional para no ver que el muro que se levantó para no permitir la llegada a palacio, era removido sin agredir el propio Palacio.
Desde antes del día de la marcha ciudadana, desde la presidencia de la república ya se había desacreditado el noble origen de la misma, por lo que una vez que concluyó, no fue sorpresa para nadie la descalificación por parte de diferentes voces del gobierno.
Se sabía que así iba a ser, pero no se esperaba una forma tan descarada de descalificación. El gobierno pasó de desacreditar la convocatoria, a culpar a los que se manifestaron de violentos, pasando por ignorar sus demandas con un lenguaje cínico y violento.
Las imágenes ahí se quedan. No hay forma de justificar la agresión salvaje de algunos granaderos y menos entender porque el gobierno no acepta la justa dimensión y el valor que tiene una marcha.
El gobierno no tiene el monopolio de las marchas y mucho menos, de la voluntad de los mexicanos que quieren seguir viviendo en libertad y quieren seguir manifestandose reclamando y exigiendo sus derechos.
*Es politólogo









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