Línea Fifí
Martín de J. Takagui
Nepotismo, falta de capacidad política, ausencia de acuerdos, nula operación política, cerrazón para negociar con los grupos inconformes, actitudes dinosáuricas, ausencia de liderazgo, entre muchas otras carencias, es lo que caracteriza a la actual dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional que preside Alejandro Moreno Cárdenas, alias “Alito”.
Desde el inicio de su gestión como dirigente nacional del tricolor, en septiembre de 2019, por la forma en que llegó a la presidencia del CEN del PRI, con la vieja costumbre de “la cargada” fue evidente que el tricolor no habría de renovarse, que no cambiaría ni un ápice en su manera de hacer las cosas, es más ni siquiera se lavó la cara para salir a presentarse en una nueva elección.
Los mismos vicios de los años 70’s se retomaron, el nepotismo, el amiguismo y el compadrazgo fue la constante en la designación de miembros del CEN del PRI, pero lo peor es que lo mismo sucedió para la selección de candidatos, en donde hasta el primo del dirigente fue incorporado como candidato a gobernador de Campeche, cargo que abandonó Alito para agarrar la dirigencia nacional tricolor.
Nunca entendió que se trataba de un partido nacional, con casi nueve décadas de trayectoria, siete de las cuales gobernó al país, que se trataba de una institución admirada dentro y fuera del país, por la forma en que logró avanzar de la mano de la sociedad y del país para mantenerse vigente y a la vanguardia de la política en México.
Vergonzoso papel el de Alito al frente del PRI el día 7 de junio y de ahí para adelante, pero el principal problema es que hoy, de los verdaderos priistas de cepa, de los que saben de política, de los que entienden el sentir de la sociedad y de sus militantes, ninguno ha aparecido, todos se encuentran agazapados, a nadie le interesa recoger y administrar las ruinas en las que se encuentra hoy el tricolor. El otrora Partidazo.
Aquella “aplanadora” que encabezaron en algún momento Jorge de la Vega Domínguez, Adolfo Lugo Verduzco, Luis Donaldo Colosio, Alfonso Corona del Rosal, Humberto Lugo Gil, María de los Ángeles Moreno, Beatriz Paredes Rangel. entre muchos otros, que ganaban carros completos, que recuperaban las posiciones perdidas en elecciones previas, que abrieron las diputaciones plurinominales para que entraran al Congreso de la Unión las minorías que no lograban un triunfo, Alito la convirtió en una bicicleta.
Y qué podría decirse de los resultados que hoy le reclaman sus propios militantes, si de 300 diputaciones en juego solamente ganó 11, apenas el tres por ciento, si de las 15 gubernaturas, casi la mitad de los estados del país renovó a sus gobernadores y ninguno ganó el PRI, perdiendo ocho que tenía en su poder.
Hoy el PRI se encuentra en el peor momento de su existencia 92 años de trayectoria estelar hoy están por los suelos y a pesar de estos resultados, después de dos años, Alito se siente con los méritos de seguir al frente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, se niega a dialogar con quienes le reclaman una justificada renuncia, como lo hizo hace seis años Manlio Fabio Beltrones, que vio una estrepitosa caída en los resultados electorales de 2015.
Lo que hoy vive el PRI es peor que en toda su historia, pero tampoco Nallely Rodríguez ni Ulises Ruiz son de aquellos priistas de los que hablamos antes, por el contrario, son oportunistas y personas que obedecen a intereses grises del priismo, de quienes no tienen el valor de salir a exigir la renuncia de quien hoy aparece como impresentable.
El PRI no merece, como institución, como fuente de poder, como cuna de grandes políticos que hoy se encuentre secuestrado por grupos de interés específicos, que solamente buscan el poder, porque una candidatura presidencial, aunque sea en un partido en ruinas despierta muchos apetitos, sobre todo de políticos mediocres, como lo es el propio Alito.
Lo mejor será que haya una dirigencia nacional designada por el Consejo Político Nacional, a fin de que ésta organice una nueva Asamblea Nacional que reconstruya a este partido que tendrá que hacer frente a una elección presidencial dentro de tres años. El tiempo apremia.
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