Mensaje Político
Alejandro Lelo de Larrea
Ahora que desde la 4T tanto acusan a Ernesto Zedillo de haber incurrido en ilegalidades cuando fue presidente (1994-2000), su memoria selectiva no les permite recordar otro suceso también desapegado a la Ley que respaldó Zedillo, porque benefició a Andrés Manuel López Obrador, gracias a lo cual pudo ser jefe de Gobierno del DF en 2000, y catapultar su carrera política hasta ganar la Presidencia en 2018.
Zedillo creó ese monstruo y, como lo hizo Víctor Frankenstein en la novela de Mary Shelley, abandonó a su criatura cuando según él “asesinó” a la democracia mexicana, con su reforma judicial y pretender restaurar con Morena el modelo priísta de régimen hegemónico autoritario.
La historia de la ilegalidad que permitió Zedillo para beneficiar a López Obrador tiene su origen, paradójicamente, en alguien que hoy se encarga de espiar las cuentas bancarias de millones de mexicanos: Pablo Gómez, hasta hace unos días a punto de ser destituido de la Unidad de Inteligencia Financiera, pero consiguió oxígeno artificial por sus acusaciones contra Zedillo por el Fobaproa-IPAB.
A principios del 2000, cuando el PRD avaló la candidatura de López Obrador para el GDF, Pablo Gómez la impugnó con el argumento de que no cumplía el requisito de residencia en la capital del país. También lo objetaron el PRI y Santiago Creel, candidato del PAN.
López Obrador tenía ya varios años de no residir en la capital. Había sido candidato a gobernador de Tabasco en 1988 y 1994, y se disponía a repetir en el 2000. Por eso se regresó a su tierra después de terminar su ciclo como presidente del PRD en 1999. Hasta allá fue a buscarlo René Bejarano para pedirle que aceptara la candidatura al GDF. Con la entonces jefa delegacional de Coyoacán, Laura Itzel Castillo –hoy senadora de Morena–, le consiguieron un comprobante de residencia balín.
Pablo Gómez lo sabía, y por eso su impugnación que, al igual de la del PRI y el PAN, llegó a la segunda instancia: el Tribunal Electoral del Distrito Federal (TEDF). Ahí Zedillo metió la mano de manera directa para torcer la Ley y que avalaran la candidatura de López Obrador: habló con uno de los magistrados del TEDF –originario de Coahuila–, para pedirle que apoyara al tabasqueño: ese voto fue decisivo, pues apenas quedó tres contra dos.
El entonces Tribunal Federal Electoral (TRIFE) pudo haber revertido el registro, pero ya nadie impugnó. A Pablo Gómez lo aplacaron con una candidatura al Senado –que después le quitó Amalia García–; el PAN consideró que impugnar sería hacer crecer a AMLO. Y a los priístas los frenó Zedillo, con el argumento de que no quería que el 3 de julio estuvieran en las calles protestando López Obrador y Vicente Fox, pues le había hecho creer al PRI que a toda costa iba a ganar Francisco Labastida.
Zedillo reconoció el triunfo de ambos y terminó su creación, su monstruo, su Frankenstein. En las elecciones de 2018, de manera implícita había una alianza de López Obrador con Zedillo, a través de gente muy cercana a él: Esteban Moctezuma, el compadre, quien fue secretario de Educación y embajador de México en EU, cargo que sigue ostentando; Alfonso Romo, considerado por algunos como socio o prestanombres de Zedillo, y Olga Sánchez Cordero, su comadre, a quien López Obrador designó secretaria de Gobernación, lo que la colocaba en la línea de sucesión directa en caso de ausencia definitiva del presidente.
Zedillo tendrá que asumir la carga histórica de haber creado a ese Frankenstein. Lo veremos.
FOTO: Archivo Presidencia
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